En tiempos de streaming y donde algunas estadísticas vaticinan el final de una era, las radios FM, sobre todo las de los pueblos, parecen aferrarse a una resistencia que se mezcla entre la nostalgia y la habilidad de reinventarse en sus funciones.
En este marco, recientemente se me encomendó la misión de realizar el montaje de una emisora para una escuela conocida de la comarca. El entusiasmo de sus dueños llegó con la premisa: “Quiero que los padres puedan escuchar a sus hijos desde los autos mientras están en horario de escuela”.
Si bien por estos días soy poseedor de una licencia de radioaficionado del ENACOM, no tenía experiencia previa en un proyecto de este tipo, aunque sí entusiasmo y curiosidad. Con la suma del anhelo de anotarme en el historial una anécdota semejante, bastó con que mi primo y compañero eterno de aventuras, Fabi, me diera el último empujón, sentenciando con el ímpetu que lo caracteriza que contaba con él para tal hazaña.
Lo primero fue entender qué teníamos y qué necesitábamos. Apareció en escena un transmisor M31 de 40W. Venía etiquetado con un simple “99.3 MHz” escrito en fibrón. La pregunta obvia fue: ¿será de frecuencia fija o variable? Nos dedicamos a investigar el modelo, abrimos el equipo, buscamos indicios de cristales o PLLs y, al final, todo parecía indicar que era un transmisor fijo. Decidimos trabajar sobre esa base.
La antena dipolo ya estaba a disposición, cortada originalmente para 99.9 MHz. Ahí surgió otra duda: ¿se puede usar así nomás o hay que ajustarla? Resultó que la diferencia de 600 kHz no era crítica. En el papel, bastaba con alargar cada brazo unos milímetros. Técnicamente correcto, pero en la práctica funcionaría igual. Decidimos no tocar nada y seguir adelante.
Luego vino la decisión del cable coaxial. ¿RG6? ¿RG213? La respuesta fue clara: RG213 foam baja pérdida, con conectores PL-259 bien soldados. No se negocia calidad cuando se trata de transportar RF a 40 metros de distancia. Fue una compra pensada, verificada en ficha técnica, y aprobada por ambos.
Instalamos la antena en el techo de la escuela, con buena altura y despejada. De ahí bajó el cable directo hasta el estudio. Pero antes de conectar el transmisor, había un punto clave: ¿cómo protegemos esto de las descargas atmosféricas?
Empezamos a investigar descargadores de línea coaxial. Necesitábamos uno con conectores PL-259 y SO-239 para evitar usar adaptadores. No había muchos en MercadoLibre Argentina, pero tras algunas preguntas a vendedores, encontramos uno ideal. No estaba publicado, pero lo tenían. Un clásico: “mandanos un mensaje privado y lo armamos”. Listo, conseguido.
Con eso definido, nos aseguramos de incluir una buena conexión a tierra. Una jabalina de cobre, cable grueso, tornillos firmes. Nada de dejar el descargador colgando. Lo que protege, también debe estar protegido.
Ya con todo el camino cubierto, pasamos al estudio. Allí nos esperaba una consola Behringer Q802USB Xenyx. Modesta pero cumplidora. La ventaja: funciona como placa de audio externa, permitiendo conectar directamente a la PC por USB.
A la hora de conectar los micrófonos nos tocó descubrir las ventajas de la conexión XLR por sobre el plug de 1/4”. La ganancia, el ruido, la estabilidad… y por supuesto que lo descubrimos a la fuerza: ya teníamos los cables incorrectos. Por suerte, en el negocio donde los habíamos comprado tuvieron la buena onda de cambiarlos, pero no fue un solo cambio. El primer cable XLR-XLR que trajimos también hacía ruidos. Es ahí donde entra en juego otro factor: la calidad. Para cables, que sean buenos.
Esto marcó el inicio de una nueva etapa: la búsqueda del software ideal para automatizar, musicalizar y eventualmente hacer streaming de nuestra radio. Tras explorar varias opciones —algunas demasiado complejas, otras fuera de presupuesto o simplemente no adecuadas para nuestras necesidades—, nos decidimos por un combo clásico, gratuito y funcional: PlayIt Live para la automatización de la programación y BUTT (Broadcast Using This Tool) para el streaming.
Ambos programas corren perfectamente en una sola PC, lo cual fue un punto clave, ya que buscábamos una solución que no requiriera una infraestructura compleja ni recursos adicionales. Además, ya contamos con un dominio propio para el streaming, aunque esa parte será tema para una próxima etapa.
Una decisión interesante en este proceso fue optar por Spotify como fuente principal de música original. Esto nos dio acceso a un catálogo amplio y actualizado, ideal para mantener la programación musical atractiva y variada. Sin embargo, integrar Spotify a la automatización implicó un desafío técnico adicional: tuvimos que configurar PlayIt Live para que tomara el audio desde una entrada de línea virtual, ya que este no trabaja directamente con servicios de streaming como fuente.
Para resolverlo, instalamos un dispositivo de audio virtual (como VB-Audio o similar) que permite redirigir el sonido de Spotify como si fuera una entrada externa. Así, PlayIt Live puede “escuchar” esa fuente y procesarla como parte de su programación, integrándola sin problemas al flujo general de emisión.
Con este setup, logramos no solo automatizar la programación y sumar contenidos en vivo o pregrabados, sino también incluir música de Spotify dentro de un entorno profesional de automatización radial, todo desde una única computadora. Una solución liviana, eficiente y que se adapta perfectamente a nuestras necesidades actuales.
No faltó el detalle nostálgico: un cartel ON AIR, tipo velador, que se buscó automatizar para que se prenda al hablar por micrófono o detectar audio. Exploramos opciones con relé, Arduino, detección por AUX SEND y más. No lo pudimos resolver por ese lado porque la consola no nos lo permitió, pero pusimos un interruptor cercano y práctico para que activarlo sea fácil. No logramos automatizarlo como esperábamos, pero con una tecla bien puesta resolvimos lo importante: que el cartel se encienda cuando hace falta.
Finalmente, con todo conectado, encendido y calibrado, la señal salió al aire por primera vez. No hubo fuegos artificiales, pero sí esa emoción única de ver (y escuchar) algo cobrar vida. Una radio nacía en la comarca, y ahí estábamos nosotros: entre herramientas, mates, dudas. Porque más allá del trabajo, lo que realmente disfrutamos fue enfrentarnos a cada nuevo desafío con curiosidad, ingenio y esa chispa que siempre nos empuja a probar algo distinto.